viernes, 11 de noviembre de 2016

La evolución de la inteligencia general: más allá de los humanos

La revista ‘Behavioral and Brain Sciences’ publica un artículo titulado ‘The evolution of general intelligence’. Su objetivo es resolver un rompecabezas creado por el fenómeno en el que se basa la inteligencia general (g) de los humanos. Naturalmente, eso obliga a revisar las perspectivas basadas en la especificidad y en la generalidad de la cognición, no solamente en humanos, sino también en animales.


Los autores, J. M. Burkart, M. N. Schubiger y C. P. van Schaik, sostienen que la presencia de la inteligencia general puede comprenderse apelando a la cultura. En la mente de humanos y animales existe una mezcla de habilidades basadas en módulos primarios y secundarios. En el primer caso existe un desarrollo automático con un contenido fijo, mientras que en el segundo se requiere un aprendizaje que permita la automatización, pero que incluya un contenido más variable.

Los animales también pueden caracterizarse por una inteligencia general, aunque su presencia pueda imponer obstáculos a la selección natural. Esa inteligencia subraya la relevancia de la capacidad de razonar y de la flexibilidad conductual:

El concepto de inteligencia general en los humanos se construye sobre uno de los resultados más replicados de la psicología diferencial”.

Y esa inteligencia general se encuentra estrechamente relacionada con las funciones ejecutivas. Se han observado, por ejemplo, relaciones prácticamente isomórficas entre el factor g y la memoria operativa (working memory capacity). Pero la inteligencia general debe incluir algo más que funcionamiento ejecutivo.

Cuando los animales deben resolver los mismos problemas durante largos periodos de tiempo, en términos evolucionistas, la selección natural favorecerá una solución de carácter genético que quede impresa en el hardware. Este mecanismo resulta incompatible con la esencia del factor g, pero si se encuentra presente en animales y humanos es porque permite resolver problemas ambientales y sociales que no se pueden predecir.

Las soluciones a problemas novedosos, en términos evolucionistas, deben encontrarse con esfuerzo, lentamente y a través del aprendizaje.

Siendo cierto que los módulos son menos costosos evolutivamente, su presencia no es incompatible con la existencia de procesos generales y de la inteligencia general. Conviene tener presente que el hecho de que algo sea innato no significa que sea inflexible. Las disposiciones innatas a prestar atención a algunos estímulos en detrimento de otros, pueden ser condicionales.

Los mecanismos cognitivos implicados en el aprendizaje social poseen una naturaleza general. No son específicos de ese tipo de aprendizaje. Además, todas las formas de aprendizaje social incluyen el aprendizaje individual. La presencia de capacidades cognitivas generales en distintas especies, puede demostrarse cuando individuos genéticamente similares presentan distintos niveles de habilidad. Numerosos estudios con roedores y primates han permitido confirmar la presencia de un factor general de inteligencia más allá de los humanos.


Los autores subrayan que la investigación hecha con animales no humanos puede producir datos contradictorios porque, por ejemplo, es habitual que se carezca del poder estadístico deseado. También se suelen emplear métodos de análisis equivocados (p. e. procedimientos de análisis factorial que impiden ‘ver’ la presencia de un factor general). También se debe poner un exquisito cuidado, por supuesto, en el tipo de tareas que resolverán esos animales.

Es relevante preguntarse si el factor g que se obtiene en animales predice, por ejemplo, el tamaño de sus repertorios culturales, la capacidad para subir en su jerarquía social, o la habilidad para encontrar alimento en periodos de escasez. Pero la investigación al respecto es todavía demasiado escasa como para llegar a conclusiones relativamente sólidas.

Los cerebros de mayor tamaño suelen presentar una mayor flexibilidad conductual, así como mayores grados de innovación, en contextos naturales. Estas características son beneficiosas para algunas especies cuando se enfrentan a ambientes novedosos e impredecibles.

Pero poseer cerebros de mayor tamaño no solamente conlleva beneficios.

El cerebro es un glotón, energéticamente hablando, y, por tanto, ralentiza el desarrollo del individuo. Eso exige que deba cuidarse de la prole durante el periodo de tiempo más largo en el que serán vulnerables:

El balance coste-beneficio se encuentra influido de modo crítico por la eficiencia con la que un individuo traduce el tejido cerebral (o la potencia cognitiva general) en innovaciones que aumentan la supervivencia (habilidades y conocimiento)”.

Los autores sostienen que la frecuencia de oportunidades para el aprendizaje social responde, al menos en parte, la pregunta de por qué algunos linajes han desarrollado grandes cerebros. El desarrollo del intelecto se encuentra, por tanto, estrechamente relacionado con el desarrollo cultural:

Nuestra dependencia extrema de la construcción ontogenética, socialmente guiada, de habilidades, puede explicar la débil relación observada en humanos entre tamaño cerebral e inteligencia general”.


En resumen, las habilidades cognitivas resultan, por un lado, de la inteligencia general (g), la que, a su vez, se asocia al tamaño cerebral y al funcionamiento ejecutivo. Estas habilidades se podrían equiparar a la inteligencia cristalizada (Gc) estudiada por los psicólogos diferenciales. El aprendizaje social constituye un mecanismo particularmente eficiente de canalización ontogenética en animales con grandes cerebros.

Por otro lado, las habilidades cognitivas también pueden provenir de la actuación de módulos encapsulados independientes, tanto de la inteligencia general como  de las funciones ejecutivas y del tamaño cerebral.

Ambos mecanismos pueden coexistir sin ningún problema.

Subrayan, hacia el final de su escrito, que los científicos deberíamos deponer la actitud de empeñarnos en demostrar, obsesivamente, cuánta varianza explica el factor g. Sería mas informativo esforzarse por estimar la relevancia de una y otra vía (top-down y bottom-up) para configurar las habilidades del individuo.

Asimismo, habría que terminar con la obsesión logocéntrica: nuestra capacidad para el habla no explica el fenómeno de la inteligencia general. Invitan a que aumente la atención sobre ese factor en animales, aprovechando lo que ya se sabe por la extensa investigación hecha con humanos. Los beneficios no se harían esperar:

La disponibilidad de modelos animales válidos sobre la inteligencia general permitiría estudiar los mecanismos genéticos y neurobiológicos de un modo impensable al estudiar humanos”.

Que así sea.

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