lunes, 12 de diciembre de 2016

La renovación del concepto de madurez en la Psicología: un avance de vez en cuando – por Antonio Andrés Pueyo

Por favor, piense sobre esta pregunta y contéstela:

¿A qué edad mínima se debería autorizar a un joven para que pudiese votar en las próximas elecciones?

Supongo que no habrá contestado a los 7 o a los 10 años.

Pero no estoy seguro de si su respuesta ha sido a los 18 años (de acuerdo a lo que marca la ley en España) o a los 16 años, como pretenden algunas formaciones políticas, o bien a los 21 años, como parece desprenderse de la generalizada opinión actual sobre la inmadurez de los jóvenes.

La respuesta se basará, posiblemente, en su creencia personal sobre a qué edad un “joven” toma decisiones como un “adulto”. Cuando eso suceda, entonces podrán votar.

En cualquier caso, no es una respuesta fácil.

Imagínese lo fácil que sería si, como pasa con las gaviotas, la madurez fuese acompañada de un cambio en la librea del plumaje. Ese cambio convierte a esas aves de un nada “glamuroso” color parduzco, propio de los individuos inmaduros, a un blanco níveo, combinado con grises y negros nítidos bien definidos de la gaviota adulta. Este cambio sucede tanto en las hembras como en los machos, sin discriminación por razón de sexo.


Qué fácil sería saber si un humano es maduro o inmaduro si, como las gaviotas,  cambiasen el plumaje en unos pocos días o semanas al convertirse en  adultos. Saber cuándo un individuo ya es maduro – especialmente desde un punto de vista social—es muy trascendente. Supone disponer de la respuesta a las siguientes preguntas:

¿Cuál es la edad mínima para…
votar?
comprar y beber alcohol?
tener el carnet de conducir?
decidir si se prefiere convivir con el padre o con la madre?
aceptar o rechazar un tratamiento médico (incluso que implique riesgo vital)?
asociarse a un club de actividades deportivas?
tener relaciones sexuales consentidas?
casarse?
entrar en la educación primaria?

Nuestra sociedad dispone de leyes penales, civiles, sanitarias y comunitarias, así como de numerosos reglamentos – públicos y privados – que fijan una edad determinada en la que un individuo se torna maduro para alguna función. Para cada individuo hay un día y una hora mediante la cual, y como si de arte de magia se tratara, el adolescente deja de ser un ser un joven “inmaduro” para convertirse en un adulto “maduro”: capaz de tomar decisiones, asumir responsabilidades y actuar socialmente al modo que se espera de un adulto. Un individuo al que la sociedad autoriza y considera capaz de comportarse de forma autónoma, responsable y constructiva, para darle ciertas autorizaciones, dotarle de ciertos derechos y responsabilidades.

Un segundo y último esfuerzo imaginativo. Éste, como el anterior, también sobre situaciones reales. Piense en la siguiente situación:

Un grupo de destacados juristas discuten sobre cuál es la edad mínima para poder aplicar la pena de muerte a un adolescente que ha cometido un delito muy grave ante el cual (en este caso la legislación penal de los USA) la ley contempla tan salvaje pena. O, sin ser tan drásticos, esos juristas discuten sobre la pena de cadena perpetua o el confinamiento en aislamiento aplicable a muchachos de 10 ó 14 años.

Estas discusiones no son “tertulias de café”, sino algo real en el seno de los órganos directores del sistema judicial de los USA que se han sucedido desde hace años. Los juristas tenían visiones distintas, como otros sectores sociales, sobre lo adecuado de aplicar estas penas a ciertas edades.

¿A partir de qué edad se pueden aplicar?

La respuesta es fácil: cuando el niño, el adolescente o el joven se haya comportado, en el momento de cometerlas, como un adulto. Hasta hace pocos años esta era la orientación de la norma jurídica penal en los USA.

Naturalmente, los juristas no tenían una respuesta, con base en la evidencia científica, a su pregunta. Por tanto, decidieron recurrir a los expertos en esta materia. Trasladaron su debate a la APA (Asociación de Psicología Americana) y ésta constituyó un grupo de especialistas que redactó un informe técnico para los jueces (un “amicus curiae”) donde contestaban la siguiente pregunta:

“¿A partir de qué edad, o cuándo, un adolescente toma decisiones como un adulto?”

Se buscaba fijar la edad mínima para la aplicación de las penas antes mencionadas.

Este relato aconteció entre los años 2005 y 2010. Y en ese contexto, de clara demanda de respuestas relevantes para la sociedad, se produjo un “descubrimiento”, una renovación conceptual interesante para Psicología moderna.

Digo “descubrimiento” porque sin éste la respuesta hubiese sido algo así como la que describo a continuación.

Los niños y adolescentes normales alcanzan su “madurez” intelectual sobre los 14 años (como mostró J. Piaget en la década de los 50 del siglo pasado), su “identidad adulta” sobre los 16-18 (como describió E. Erickson en torno a los 60 del siglo pasado) y su “desarrollo moral” hacia el final de la adolescencia, también sobre los 16-18 años (como propuso L. Kohlberg en los 70 del siglo pasado).

Por tanto, la respuesta de la Psicología era, basándose en los estudios de mediados del siglo XX, que los adolescentes toman decisiones como los adultos a partir de los 18 años. Muchas legislaciones penales de distintos países, propias de menores y adolescentes, tienen esta consideración y sitúan la responsabilidad penal limitada entre los 14 y los 18 años. Entre ellas está la española.


A simple vista, y también si miramos más intensamente, esta respuesta es no solo tradicional, sino también obsoleta.

¿No se ha avanzado nada en los últimos 50 años en estos campos de la Psicología como para dar una respuesta mas actualizada?

Naturalmente que sí y los responsables del “amicus curiae”, con Lawrence Steinberg a la cabeza, se encargaron de “redescubrir” el significado de la madurez psicológica y plantear una nueva conceptualización de este constructo clásico de la Psicología del desarrollo, tan importante para la vida social de los individuos en proceso de convertirse en adultos.

L. Steinberg y su equipo de investigadores, como siempre constituido por numerosos colaboradores de distintas áreas y especialidades – en su caso por psicólogos cognitivos, neurocientíficos, especialistas en desarrollo y medida psicológica, entre otros – revisaron la literatura, construyeron nuevos instrumentos, realizaron experimentos, y otros estudios empíricos, y publicaron varios artículos donde daban a conocer su interpretación de lo que llamaron la “madurez psicosocial”.

Quizás el mejor trabajo es el que publicaron en el American Psychologist. Recomiendo su lectura. Se titula ‘¿Son los adolescentes menos maduros que los adultos?

En ese artículo se proponen tres cosas que presentaré brevemente.

1. La madurez psicológica es un constructo multidimensional complejo. Además de la inteligencia, incluye tres dimensiones del temperamento y la personalidad: impulsividad/búsqueda de sensaciones, independencia/autonomía personal y responsabilidad/consideración del futuro.

2. Cada dimensión tiene su propio curso de desarrollo (crecimiento y estabilidad), es decir, los procesos que conducen a la madurez no son sincrónicos. No hay “una edad de maduración general”: la madurez puede iniciarse a los 12-13 años y finalizar a los 21-23 años, según la dimensión.

3. La madurez psicosocial consiste en la toma de decisiones y ejecución de conductas psicosociales, en las que influyen las disposiciones mencionadas. Esta influencia es conjunta y ponderada según las demandas situacionales.

Para Steinberg y su grupo, los fundamentos básicos de estas disposiciones que constituyen la “madurez psicosocial” tienen que ver, en primer lugar, con los procesos preconfigurados del desarrollo cerebral, de sus estructuras y sus funciones (Steinberg, 2012).

Los avances en la neurociencia han mostrado los procesos de cambio que sufren las estructuras y funciones cerebrales de los adolescentes, y cómo influyen en su comportamiento y funciones cognitivas, emocionales y propositivas. Gran parte de las investigaciones sobre el “pruning” neuronal y la mielinización de los circuitos que relacionan la corteza prefrontal con el sistema límbico, entre otros, están detrás de esta formulación de la madurez psicosocial de los adolescentes y permiten comprender la dinámica del proceso de su madurez psicológica.

Escribe L. Steinberg (2012):

El cerebro de los adolescentes y adultos emergentes no es tan maduro en cuanto a sus estructuras y funcionamiento como el de un adulto. Esto no significa que sea ‘limitado o defectuoso’, sino que aún está en desarrollo”.

Esta forma de conceptualizar la madurez psicológica ha sido un descubrimiento.

Primero pensé que esto era así porque no estaba al día de la investigación sobre la madurez psicológica. Creí que el tema ya estaba “cerrado” desde hacía años, pero no me quedé muy tranquilo y busqué un poco más de información al respecto.

Para analizar la actualidad del concepto de “madurez” psicológica revisé distintas fuentes de información: artículos, manuales y tratados universitarios recientes de Psicología del desarrollo (tanto en castellano como en inglés). Y, por último, en un ejercicio propio de un profesor universitario, revisé los programas académicos de distintas asignaturas impartidas por los profesores del “área de conocimiento de Psicología Evolutiva y de la Educación” (invento español donde los haya) en distintas Universidades españolas para encontrar mas información.

El resultado: la madurez es un concepto “congelado”, atrapado en el pasado de las aportaciones de tres autores clásicos como Jean Piaget, Erik Erickson y L. Kolhberg. La combinación de las aportaciones originales de estos autores – sobre el desarrollo de la inteligencia, el problema de la identidad personal y el desarrollo moral - sostienen la concepción clásica, ahora ya obsoleta, de la madurez psicológica.

L. Steinberg y su equipo proponen una revisión muy interesante del constructo. La madurez es multidimensional e incluye disposiciones cognitivas, emocionales y motivacionales. Cada una tiene su curso temporal propio e independiente – con un momento etario de estabilidad diferente – que se inicia entre los 10-12 años y finaliza entre los 21-23 años, dependiendo de la dimensión y del individuo.

Estas disposiciones afectan conjuntamente a la toma de decisiones y, por tanto, a la conducta social de los adolescentes. Aquí reside la razón sobre por qué los adolescentes tienden a  realizar comportamientos que se suelen calificar de “inmaduros”, en función de un criterio social mas o menos acordado. Pero sus comportamientos realmente dependen de la interacción entre las demandas sociales y el momento del desarrollo de las distintas disposiciones que componen la madurez psicosocial.

Ya llevo más de 30 años trabajando como profesor de Psicología en la Universidad y, por mi trayectoria, un tanto variada en un mundo marcado por la súper-especialización en la investigación, no había reparado en que sigue habiendo muchos conceptos y atributos genuinamente psicológicos, como en el la madurez, que están realmente anclados en el pasado.

Creo que este descubrimiento no solo es nuevo para mí.

Tengo la sensación de que es realmente un avance en el conocimiento científico que la Psicología aporta sobre el comportamiento humano de los jóvenes con una gran utilidad social.

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3 comentarios:

  1. Sumamente instructiva la lectura, pero al final me quedo algo perplejo por falta de respuesta, o quizá porque no encuentro una respuesta que yo esperaba. Puede que esa sea la respuesta: la madureza es un constructo complejo y no hay respuesta precisa, sino que será siempre contextual.

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  2. Yo también tuve esa sensación al terminar de leer. Vale, pero ¿ahora qué hacemos? ¿Tenemos que ver caso a caso? Seguramente no hay profesionales suficientes para satisfacer esa demanda... Yo le preguntaría a Antonio: ¿cuáles son las recomendaciones más adecuadas para alguien, por ejemplo un juez, que debe valorar si alguien es o no es maduro para....?

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  3. Pues pregunta, pregunta, que así aprendemos todos.
    Por cierto, vendría bien que hubiera un aviso cuando alguien sigue el hilo de los comentarios. Ahora solo cabe volver a visitar el cuaderno de bitácora para ver si alguien ha comentado algo.

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